¿Cuánto hay que retroceder en la historia para intentar entender lo que está pasando hoy en el Perú? ¿Quince días? ¿Dos años? ¿Doscientos? ¿Quinientos?
El 11 de abril de 2021, en los noticieros televisivos que anunciaban los resultados de la primera vuelta de las elecciones generales, apareció a la izquierda de Keiko Fujimori, hija del infame dictador, una silueta negra, una figura sin rostro. Durante los siguientes días, mientras se hacía tangible la imagen de Pedro Castillo, el monopolio de la prensa oficial inició una lenta e insidiosa campaña de desprestigio y terror, mientras los y las intelectuales de izquierda elaboraban todo tipo de teorías para camuflar su incomprensión y su sorpresa ante tal ejercicio de agencia popular, cuando no su decepción. Simultáneamente, las élites clasistas y racistas de Lima y demás provincias perdían progresivamente los papeles ante las perspectivas de que el descendiente de una casta de campesinos y campesinas “brutos e incompetentes” se convirtiese en cabeza de Estado. Los ataques al intelecto de Castillo —tildado de burro, inepto y analfabeto— son los mismos que se dirigen a su electorado trabajador y campesino, que se supone no sabe qué hacer ni con la tierra ni con la libertad, y siempre se equivoca ingenuamente en sus decisiones.
Dos meses después, ante la mirada horrorizada de gran parte de la capital, Sur y Centro del país celebraron la elección de Castillo. ¿Fue su presidencia un triunfo de la democracia? Una gobernanza que, sea debido al afán obstruccionista de sus múltiples opositores o una hasta el cansancio alegada falta de capacidad, no significó jamás una amenaza contra la vergüenza histórica de la distribución colonial de la riqueza en el Perú. Una renovada gestión estatal de la postergación como sistema. ¿Eran democráticos los intereses agazapados en cada sabotaje, en cada intento de humillar y degradar a Castillo y a su familia por su apariencia, por su vestimenta, por sus modismos andinos al hablar? ¿Lo fue su destitución? ¿Es esta la democracia, la institucionalidad ilustrada que tanto se anhelaba? Casi treinta muertos pesaron sobre esta Navidad. Treinta familias acunando los cuerpos sin vida de sus hijos, asesinados en las protestas.
¿Por qué los “pueblitos mágicos” que se venden al extranjero como atracciones turísticas bullen de impotencia y rabia? ¿Por qué las ciudades erigidas en torno al corredor minero fueron las primeras en alzarse y continúan en lucha? ¿Qué restitución están demandando las gargantas en llamas de tanto gritar? ¿La de Castillo? ¿Qué es lo que hay que restituir si no? ¿Qué es lo que ha sido y sigue siendo sistemáticamente saqueado, ultrajado en el Perú? ¿Quiénes son los saqueadores, sino los de siempre? Las imágenes que quedan de este bicentenario del 1%: gente andina y amazónica defendiéndose con piedras y lanzas de tanques y helicópteros, gente blanca y pudiente llamándolos terroristas, salvajes y violentistas en los canales de señal abierta.
Se cierra el telón, ¿la democracia ha ganado?
Hoy, una mujer, andina, quechuahablante, es presidenta. Quedará muy bien en los libros que recogen la Historia oficial, mientras la policía y las fuerzas armadas disparan a quemarropa contra la población más pobre, mayoritariamente también andina, también quechuahablante. El Estado que ordena, administra y ejecuta allanamientos a ollas comunes y niega a los detenidos y detenidas un intérprete en su lengua originaria, es el mismo que con total cinismo invoca palabras como “feminismo” e “interculturalidad». Ha llegado la hora de la post verdad, a la latinoamericana.
El monopolio de la prensa oficial defiende la institucionalidad, máscara de un estado de excepción generalizado que sostiene la normalidad de una minoría: regurgita el mismo discurso en que quienes se le oponen son enemigos, cuasi naturales del progreso: sujetos manipulados, azuzados, sin pensamiento propio y sin capacidad de tomar decisiones de forma radicalmente consciente. Se les acusa de ser terroristas, se les terruquea. Y así se ponen en marcha las tácticas y la narrativa de la guerra, una narrativa cuya persistencia es el verdadero “milagro peruano”, y no la fantasía a la que aluden los economistas liberales. Por el bien del país, se extermina a los paisanos y paisanas, por el bien del país, se anula la pugna por otros futuros. La meta está trazada.
Perú: ¿para quién es la vida?, ¿para quiénes los porvenires?
Hay daños demasiado profundos, vidas arrancadas, ultrajes sostenidos. La restitución de Castillo no es una solución, sino un grito más ante la dignidad vapuleada incansablemente durante siglos. Y luego, ¿qué? No todo se puede reparar. Hoy el pueblo de Ayacucho está siendo brutalmente revictimizado, abaleado en lo más hondo del trauma colectivo en el que aún se encuentra desde las décadas de los 80 y 90. Como ese hombre cuyo corazón no pudo resistir la llegada de la primavera, hoy hasta la palabra “esperanza” duele.
Del pasado, cosechamos la semilla de la dignidad y la resistencia, el ejemplo de auto-organización, colectividad y ética de lo común que nos dejaron los levantamientos campesinos que se multiplicaron en la sierra durante los años 60, el paro nacional del 78 y la Constitución del 79, la organización territorial comunitaria liderada por María Elena Moyano, la valentía de Inti Sotelo y Brayan Pintado, que es la misma que impulsó a Beckhan Quispe, John Enciso Arias, Wilfredo Lizarme, Carlos Huamán Cabrera, Miguel Arcana, Cristhian Rojas, José Sañudo Quispe, Clemer Rojas García, Luis Urbano Sacsara, José Luis Aguilar Yucra, Edgar Prado Arango, Jhon Mendoza Huarancca, Raúl García Gallo, Diego Galindo Vizcarra, Jhonatan Alarcón Galindo, Rolando Barra Leyva, Leonardo Huanco Chaka, Xavier Candamo Dasilva, C.M.R.A, D.A.Q, R.P.M.L. y J.T.C., todos asesinados mientras los movilizaba un deseo impostergable de transformación.
Reivindiquemos ese deseo, esa agencia, esa capacidad de decisión, la de la clase trabajadora, la de los campesinos y campesinas, que se proyecta en un porvenir que es múltiple. No consideremos la ausencia de una única meta trazada, de una sola alternativa, una falencia: si es terquedad transitar caminos imperfectos, ingenuidad ir en una dirección difícil y plagada de decepciones, seamos tercos e ingenuos. Si nos equivocamos, que sea en la dirección correcta.
Convocamos a fotógrafos y fotógrafas, diseñadores gráficos, dibujantes y artistas visuales de toda índole a enviar trabajos que hablen de este deseo de porvenires que ni las balas ni el terruqueo han conseguido acallar, imágenes que abran grietas por dónde podamos vislumbrar futuros que honren nuestro pasado de lucha y defensa de la vida, imágenes guía, imágenes faro, imágenes de restitución de un porvenir plural y la refundación de una república que está aún por ser imaginada.
Puedes subir tus aportes acá
Bases:
1. Cada persona o colectivo puede enviar la cantidad de un número ilimitado de imágenes.
2. La realización alcanza todas las técnicas de la gráfica contemporáneas, incluyendo impresión digital, técnicas combinadas, etc.
3. Formato de la obra: tamaño A4, resolución 300 dpi, blanco y negro.
4. Las obras serán subidas a la página de la RedCSur para ser descargadas y compartidas. Junto con esto, es posible que formen parte de acciones y muestras itinerantes en diversos contextos, además de ser difundidas en medios sociales, impresiones, fotocopias, etc.
5. Año a año, desde RedCSur editamos y publicamos un pequeño número de carpetas con las campañas gráficas a nivel regional, con autorías y algunos datos entregados en las bases.
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