En el marco de las luchas del movimiento feminista latinoamericano por el aborto libre, desde la RedCSur compartimos aquí la intervención en el Congreso de la Nación Argentina de Nayla Vacarezza, socióloga e investigadora argentina que se ha especializado en los cruces entre arte y activismos por el derecho al aborto.
/ 3 de mayo de 2018
Es un orgullo para mí tomar la palabra en este debate histórico como parte de quienes apoyan la despenalización y legalización del aborto. La pluralidad de nuestras voces es una muestra del carácter profundamente democrático de este movimiento, que ha madurado sus argumentos en décadas de lucha política, de esfuerzo intelectual y de debate público en los más diversos foros.
Como Doctora en Ciencias Sociales y como investigadora del CONICET me dedico al estudio de la experiencia social del aborto y a la reflexión acerca del rol de los afectos y de las emociones en este debate público.
En el libro La intemperie y lo intempestivo. Experiencias del aborto voluntario en el relato de mujeres y varones (Marea, 2011), que escribimos junto con July Chaneton, presentamos los resultados de una investigación colectiva sobre la experiencia social del aborto que fue apoyada por la Universidad de Buenos Aires, donde ambas trabajamos como docentes e investigadoras.
Allí nos preguntamos por los efectos sociales de la clandestinidad del aborto y decimos que el Código Penal no impide que los abortos se realicen, sino que favorece una situación de clandestinidad donde prosperan múltiples formas de humillación para quienes abortan. El miedo, la incertidumbre y los malos tratos que favorece la intemperie de la clandestinidad resultan incompatibles con el respeto a la dignidad de las personas con capacidad de gestar.
Advertimos que la clandestinidad protege un negocio que esquilma económicamente a todas las personas que necesitan abortar a la vez que profundiza sus desigualdades sociales. Con los mismos billetes de moneda nacional se pagan los blancos camisolines de los consultorios de Recoleta, las pastillas de misoprostol, las sondas y el perejil. Pero, en un mercado fuertemente segmentado por clase social, solo acceden a prácticas seguras quienes tienen suficientes recursos económicos y socioculturales. Para quienes tienen menor disponibilidad de recursos, el proceso tiende a ser comparativamente más largo, más penoso y, sobre todo, más inseguro. Por eso, decimos que todos los principios de igualdad y de justicia propios de una democracia se hacen trizas en la clandestinidad.
Escuchar de manera atenta las voces que provienen de la experiencia social del aborto permite avanzar en un debate encarnado, que no se limite a la discusión acerca de preceptos morales, de aspectos legales y de cifras que pueden volverse abstractas.
Las voces de quienes abortan refutan la creencia de que las únicas reacciones posibles frente a un embarazo son la felicidad sin fisuras o la abnegación de quien acepta su función en un orden ya establecido. Esas ideas preconcebidas solo pueden ser defendidas por quienes no tienen la empatía suficiente para comprender por qué un test de embarazo positivo puede desatar un mar de lágrimas y angustia. Ese orden moralista de sentimientos tampoco puede explicar por qué hay tantas que no aceptan la maternidad como un destino ni se arrepienten de sus decisiones. En este punto se hace necesario recordar que ni la Organización Mundial de la Salud ni la Asociación Estadounidense de Psiquiatría han validado el uso de categorías diagnósticas que colocan al aborto como una experiencia traumática con consecuencias negativas para la salud mental.
En Argentina asistimos a una transformación profunda del panorama de las luchas democráticas por el derecho al aborto. Una demanda de décadas ganó nuevo impulso en 2005 con el surgimiento de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito que instaló definitivamente el tema como un asunto de interés público. Desde 2009, la línea Más Información Menos Riegos, de Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto comenzó a difundir ampliamente información confiable sobre uso de misoprostol. Poco tiempo después, las socorristas articularon una red federal de acompañamiento de abortos que trabaja mancomunadamente con profesionales de la salud que actúan desde un paradigma de derechos.
Estas y otras numerosas acciones dieron paso y ayudaron a amplificar otras formas de sentir con respecto al aborto que hasta hace poco tiempo carecían de expresión pública. Las lesbianas comenzaron a hablar del aborto con orgullo. Y porque este movimiento está muy cerca de quienes necesitan abortar, pudimos comenzar a hablar de la fortaleza y de la tenacidad necesarias para procurar un aborto en condiciones de clandestinidad. También comenzamos a hacer audibles las voces de quienes abortaron y no se arrepienten ni piden disculpas. Hasta hace poco era muy difícil decir en voz alta cuánto se desea un aborto cuando un embarazo es inoportuno. Médicos y médicas empiezan a hablar del alivio y el agradecimiento que sienten sus pacientes cuando pueden acceder a abortos legales. El secreto, la soledad y el miedo se van resquebrajando lentamente gracias a las historias cotidianas de solidaridad, de apoyo y de acompañamiento socorrista en situaciones de aborto. Ahora sabemos que nos tenemos entre nosotras para cuidarnos y para compartir decisiones que son difíciles. Porque la decisión de abortar no es fácil ni se toma a la ligera. Solo quienes pretenden continuar tutelando las vidas ajenas y nos niegan el estatus de persona humana pueden sospechar del carácter reflexivo y responsable de estas decisiones. Señoras y señores diputados, no necesitamos que ningún comité de expertos custodie nuestras decisiones.
Los pánicos morales que buscan instalar quienes se oponen a este derecho no expresan otra cosa que un profundo desprecio a nuestra autonomía moral, a nuestros cuerpos y a nuestras vidas. Nosotras, en cambio, hemos aprendido a contestar colectivamente al orden social que nos aísla con el secreto, que nos debilita con la culpa y que nos paraliza con el miedo. Hemos llorado públicaente a las muertas en abortos clandestinos y hemos expresado nuestra indignación en las calles. En este camino nos hicimos más fuertes, pero no dejamos de ser vulnerables. Aprendimos a hablar desde la fragilidad, pero no necesitamos colocarnos como víctimas. Demandamos el reconocimiento pleno de nuestra dignidad y de nuestra calidad de personas humanas. Pedimos que la lengua racional del derecho se contamine con nuestras experiencias y nuestras formas de sentir. Legisladores y legisladoras, escuchen el murmullo de esta revolución, tienen la oportunidad histórica de saldar una enorme deuda de nuestra la democracia. Voten a favor del aborto legal, seguro y gratuito.
Imágenes: Mela Rebalsa